¿ sabéis que...?
Hay una pregunta permanente: ¿Pero en qué mundo estamos?
Pues en un lugar donde el movimiento es perpetuo, no hay descanso, no hay pausa; hasta lo que creemos muerto queda en movimiento para seguir transformándose.
El tiempo es inmutable; sólo hay diferencias de duración entre los elementos que constituyen el planeta en la variedad de todos sus componentes.
El cambio, en todo lo que tiene vida y en todo lo que se encuentra en este planeta, es una constante establecida con sus reglas inmutables. Vale para los humanos también, que deben admitir esa realidad, aunque sea sólo para conseguir lo que desean, o para intentar preservarlo. Todo implica adaptación a las circunstancias, que siguen forzosamente el movimiento debido a la transformación constante de la vida que nos rodea.
A medida del crecimiento de la humanidad, se han constituido grupos, y civilizaciones que nos han aportado sus enseñanzas, y entre ellas una que ha permitido nuestra propia supervivencia, que consiste en saber vivir juntos.
Y esas enseñanzas se han prolongado hasta hoy gracias a la dedicación de los que han sabido y saben transmitirlas a las nuevas generaciones. Sin embargo, sus tareas son cada vez más complicadas debido a los movimientos de las ideas, de la cultura y, de manera general, de los movimientos inmigratorios, lo que engendra unas mezclas a las cuales los países asentados en sus certidumbres deben enfrentarse y procurar una adaptación a través de la educación. En esas circunstancias, son los soldados del saber luchando contra la ignorancia, los que cumplen la difícil tarea de enseñar el arte de la convivencia y la apreciación de todos los saberes anteriores que por acumulación tienen como resultado la civilización actual.
Debido a la constancia del movimiento de la vida, la transmisión del saber se ha adaptado de forma natural, dejando, sin embargo, fuera del tema general y académico, el conocimiento del yo.
Este conocimiento que grandes filósofos han protagonizado en el cuadro de su concepto civilizatorio, la Masonería lo ha puesto como condición primordial para poder conseguir la plenitud de las capacidades interiores de cada uno de sus miembros.
Tenemos unos defectos que debemos reconocer y combatir, para poder vivir juntos, así como responder a ese reto necesario a nuestra propia supervivencia. Uno de entre ellos es nuestro propio Ego, aquel que causa la envidia, los celos, el rencor, la soberbia y tantas otras cosas, y entre ellas la más común, pero no la menos perniciosa: la codicia.
Los sabios que han puesto las bases del concepto Masónico han considerado que la primera de las enseñanzas que se debe inculcar al aprendiz, es la toma de consciencia de esa singularidad que hace de cada uno de nosotros una posible víctima del propio inconsciente. De ahí, la necesidad de formarse a fin de aprender a domar ese enemigo interior.
Pero si los Masones disponen de esa fundamental enseñanza, no es el caso de todos los demás. Sólo mirando a nuestro entorno profano nos podemos dar cuenta de lo que ocurre a nuestros coetáneos, y a nosotros mismos, porque estamos todos en el mismo barco y todo lo que ocurre nos afecta indistintamente.
Pues en un mundo sometido a sobresaltos naturales permanentes como terremotos, tsunamis y cosas por el estilo, los provocados por los humanos tienen también su intensidad y, notamos que son, esencialmente, debidos a la codicia, que ha penetrado todas las vertientes de la civilización persiguiendo una cultura de lo más en vez de practicar una cultura de lo mejor, terminando así por considerar al ser humano como un simple material intercambiable a voluntad.
No olvidemos que, hasta hace poco, una forma de esclavitud, por fin abolida, servía para el desarrollo de la economía al precio vil de una mano de obra totalmente alienada.
Desde entonces ¿las cosas han cambiado? Claro que sí. Aunque, más en la forma que en el fondo, los sistemas políticos han cambiado también, mejorando considerablemente la condición humana. Pero la codicia sigue, adaptándose y hasta adelantándose a la evolución de la condición humana y sus leyes, con el fin de poder seguir aprovechando de los recursos inagotables de mano de obra barata que existen en el planeta.
Gracias a la mundialización, la codicia ha conseguido algo tan perfeccionado como lo es el filibusterismo financiero internacional, donde la piratería se ejerce sin dar la cara con el apoyo de cohortes de expertos que se valen de las leyes de sus propios países, avalados por la impotencia del estado de derecho y de los propios parlamentos. El tan deseado estado de derecho ha dado a luz a seres depravados cuya experta perversidad permite esquivar sabiamente las leyes destinadas a proteger las mayorías.
Cuando, por casualidad, uno de estos filibusteros es atrapado por la justicia de uno de los países afectados, se crea la ilusión de que las cosas van, por fin, a cambiar, de que la condena servirá de ejemplo, cuando en realidad es sólo una ilusión que permite a los numerosos acólitos del “presunto inocente-delincuente” de adaptarse para seguir disfrutando del sistema, que consideran como perfectamente legal al ser tolerado por los grandes de este mundo.
Comprendo, admito y admiro al que, consciente de ser un humano entre los humanos, hace fortuna con su trabajo, y por sus propios méritos en su región, y en su país, respetando a sus semejantes y las leyes comunes a todos.
Desprecio a los que hacen fortunas astronómicas a nivel planetario sin tener en consideración los pueblos que atropellan y arrasan, valiéndose a su merced y a escondidas, de una nueva forma de utilizar esclavos sin tener que desplazarlos. Y todo ello con ayuda de la corrupción.
Han conseguido devaluar el trabajo y el mérito, valorando sólo la codicia, y han conseguido albergar sus fabulosas fortunas en paraísos fiscales para poder blanquearlas.
Cuando François Mitterrand fue elegido Presidente de la República Francesa, su mujer Danielle le pidió: “Ahora que tenéis el poder, ¿vais a cumplir las promesas que hicisteis durante la campaña?”. Él contestó: “Tengo la posibilidad de gobernar el país, pero el poder, el verdadero poder lo tiene la finanza internacional”
La lucha de clases, que tuvo su importancia, ha perdido intensidad, llegando, en ciertos casos a sufrir de obsolescencia; pero lo que se avecina, para la inmensa mayoría de los que trabajan, es un cambio, casi inexorable, ocasionado por una galopante demografía y, a la vez, una tecnología muy avanzada que imagina, concibe e implementa toda una maquinaria destinada a sustituir al ser humano en casi todas las tareas que cumplía hasta ahora. ¿A qué y a quién van a servir esos millones de nuevos seres humanos anunciados?
Los propietarios de las diferentes maquinarias y otros robots nunca pagaran por los que, según ellos y gracias a ellos, no les sirven ya para nada.
¿Volveríamos a un nuevo feudalismo donde asistiríamos al triunfo de los filibusteros de la finanza internacional, la “FFI”, y la vuelta de la servidumbre, donde se encontraría siervos felices de serlo?
¿Los de la “FFI” estarían preparando su futuro mientras la inmensa mayoría de nosotros descansaría, auto satisfecha, sobre la cola de cometa de su propio pasado?
A eso puede conducir esa falsa ataraxia, que resulta no ser más que el resultado de la inconsciencia en la cual han estado inmersas las poblaciones de la civilización occidental. Poblaciones que tienen prácticamente de todo sin límites y que, para colmo, hasta están hartas de democracia, renunciando incluso al ejercicio del voto, su única vía de salvación.
El periodo del Becerro de Oro ha vuelto, y se extiende lentamente a nivel planetario.
Los sistemas de comunicación ayudados por la tecnología, han hecho circular la información a la velocidad de la luz, hasta tal punto que estamos en un frenesí de informaciones, lo llamamos: infobesidad.
En ese mundo se observa una pérdida de valores, en que donde las instituciones morales, políticas y religiosas vacilan, perdiendo sus feligreses o sus simpatizantes, y la democracia resultado, de siglos de esfuerzos ve sus urnas llenas del vacío que dejan unos pueblos en estado de aparente ataraxia. Ataraxia producida por aletargadoras informaciones que llevan al convencimiento de que el Estado de bienestar es un derecho absoluto y definitivo, olvidando la fragilidad de la paz y la necesaria lucha para mantenerla y desarrollarla. Y que cualquier derecho conquistado es la consecuencia directa de un deber cumplido previamente y renovado continuamente, asumiendo las responsabilidades que nos incumben.
Las crisis financieras suceden a otras crisis financieras donde la corrupción afecta a los organismos más puros de la sociedad; en ese mundo la Masonería se nos antoja como un oasis donde viven unos seres, utopistas por supuesto, que creen en el mejoramiento del Hombre, entienden promocionarlo y para ello, a través de unos rituales, unas maneras de ser y, de comportarse, enseñan ese Arte Real que permite no sólo una toma de consciencia de la situación, sino que pone en valor el comportamiento ético y humanista que hoy el mundo necesita.
Pero ese oasis, no puede convertirse en una torre de marfil donde los ocupantes se cuentan en bucle bonitas historias, velando por mantener una absoluta estanqueidad frente a la sociedad profana, como si de proteger sus miembros de cualquier contaminación se tratase.
¿Para qué habría servido la educación masónica si, bajo el pretexto de evitar roces entre los HH.·. y mantener la fraternidad, se les prohibiera tratar temas que interesan al mundo profano que les rodea?
Por suerte en las instituciones masónicas se exige de sus miembros el respeto a las condiciones ritualistas dentro y fuero de los templos. La Gran Logia de España-Grande Oriente Español, juntamente con todas las Grandes Logias de la C.M.I han sabido expresar el carácter ético del pensamiento masónico en unas hojas de ruta destinadas no sólo a sus propios miembros, sino también a los políticos de todos los partidos y de todos los países democráticos.
Después de una larguísima ausencia en la pantalla del radar de la actualidad, la Masonería española está de vuelta en una sociedad profana y madura que puede entender la altura de miras de aquellos que ayer sufrieron el martirio por ser culpables de pensar en el porvenir de todos los españoles.
Más que nunca la Masonería Española, con su pericia tiene la capacidad de contribuir con su sabiduría a que esta sociedad aprenda el arte de la convivencia.
La sociedad española y, más allá, la sociedad hispana en su totalidad sabe poder encontrar en sus instituciones masónicas el crisol donde se funda el cimiento de esa convivencia constructiva que, cuando llega a su punto de egregor, se transforma en esa cosa que se hace cada vez más rara y que se llama: la Fraternidad.
Diego de Lora
(Les presentamos aquí una de esas hojas de ruta, la Carta de Madrid, que fue emitida el 14 de abril 2015 desde la C.M.I )
Los Cuadernos de
Redención 167